El despertador de Augusto (@tellmangrow) sonó temprano, pero él ya estaba despierto, inquieto por la anticipación de un día de aventuras: ruta, mates, fútbol y porro con amigos. Se vistió con rapidez, sabiendo que Mauro (@lesa) lo recogería en breve. Mientras preparaba el mate, pellizcó 7 gramos de cannabis de un frasco y los guardó en su mochila, pensando en compartirlos más tarde con sus amigos. A pesar de estar vencida, tomó su credencial REPROCANN y la guardó también. Por delante: cuatrocientos sesenta y ocho kilómetros de viaje hacia el noroeste del país que prometían ser un escenario perfecto para escuchar música, charlar y cultivar la esperanza de ver ganar a Almirante Brown contra San Martín de Tucumán en el Estadio Brigadier Estanislao López de Santa Fé.
Tras recorrer ciento sesenta kilómetros, consumir dos termos de mate y sin haber encendido un solo porro, divisaron un control policial en el horizonte. Al llegar a la altura de San Pedro, en la Provincia de Buenos Aires, Augusto y sus amigos se detuvieron con la tranquilidad de quien no tiene nada que ocultar. Saludaron a la oficial a cargo y presentaron la documentación del vehículo. “Todo bárbaro” dijeron, pero los oficiales buscaban algo más, por pequeño y natural que sea. Con la precisión de un sabueso, inspeccionaron cada rincón del auto y los bolsillos de los ocupantes hasta encontrar los siete gramos en poder de Augusto.
“Siete gramos”, pensó Augusto, “serían equivalentes a 0,007 kilogramos”. Una cantidad ínfima de una planta cultivada con amor y dedicación en un jardín del conurbano bonaerense. “Creo que pocas cosas pesan tan poco” pensó, “la pila del reloj de pulsera que lleva puesto la oficial a cargo, los espirales de un cuaderno, la tiza de un profesor o el lápiz de un estudiante.”
Con la credencial REPROCANN en mano, aunque vencida, Augusto intentó explicar su situación. Era su tercer permiso en trámite; el anterior había expirado en diciembre de 2023, y él, previsor, había solicitado la renovación con dos meses y medio de antelación. Sin embargo, siete meses después de que un médico matriculado certificara –por tercera vez- su condición y la necesidad del cannabis medicinal, el Ministerio de Salud aún no había podido autorizar su permiso. “No pudo, no supo o no quiso” pensó Augusto.
Las palabras de la oficial fueron contundentes: “Vos estás con la credencial vencida, así que van a tener que acompañarnos a la dependencia policial y firmar un acta por tenencia de estupefacientes”. El circo se presentó como lo suele hacer habitualmente; decomiso, acta, firma y foto. El viaje pudo continuar, pero la algarabía inicial se había apagado. La sensación de derrota no fue sólo por el decomiso de las flores, sino por la sensación de represión, de estigmatización y de criminalización.
Es que este tipo de procedimientos cada vez desentona más con la sociedad Argentina y también con el resto del mundo. “Nadie debería estar preso por consumir Cannabis” declaró Joe Biden la semana pasada. No es Andy Chango quien lo dice, sino el presidente de Estados Unidos. Pero acá, en la Provincia de Buenos Aires, todavía se gastan recursos de las arcas públicas para montar un show que cada vez parece más triste.
El partido fue un partidazo, 3-3 con definición por penales donde el arquero de Almirante Brown, Ramiro Martínez, atajó dos disparos y le otorgó la victoria a la Fragata, que se enfrentará con Boca en los dieciseisavos de final de la Copa Argentina.
La alegría del triunfo volvió a levantar los ánimos al emprender el regreso a casa. Lo que no esperaban era que, a la altura de San Nicolás de los Arroyos –otra vez en la Provincia de Buenos Aires–, un control frenaría nuevamente el auto para solicitar documentos y requisar exhaustivamente el vehículo. “No va a encontrar nada oficial” dijo Augusto. Con la certeza de que no había más que encontrar, los oficiales dieron por terminada la inspección.
Augusto y sus amigos retomaron la ruta, con la mirada puesta en el horizonte y el corazón aún latiendo al ritmo de la injusticia recién vivida. A pesar del amargo sabor del encuentro con la ley, la pasión por el fútbol y las risas hicieron que el viaje valiera la pena. Al llegar a casa, el grupo se reunió alrededor de una mesa, compartiendo lo vivido entre risas y –por fin- un porro, dejando atrás el incidente como una historia más para contar. La vida, después de todo, es una serie de momentos y recuerdos, y ellos eligieron recordar el día por la victoria de su equipo y la unión entre amigos.
Mientras tanto, en algún lugar de la Provincia de Buenos Aires, un pequeño frasco vacío se convertía en el testigo silencioso de una lucha que continúa, esperando el día en que la comprensión y la empatía prevalezcan sobre el prejuicio y la represión.
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